miércoles, 22 de agosto de 2012

RAREZAS ARGENTINAS: Sangre de Vírgenes


Imagínense una mezcla de La discoteca del amor, Drácula, cualquier película de terror con un grupo de adolescentes perdidos en una ruta... y una de la saga de Emmanuelle; Bueno, eso es Sangre de Vírgenes (1968), LA película que le da sentido al cine de género nacional.



La pregunta sería si un film de culto, y que además tuvo bastante éxito de taquilla en su momento de estreno (no de crítica, por supuesto), puede ser considerada igual una “rareza” en la filmografía de su país. Bueno, déjenme decirles que Sangre... no es solo una rareza para el cine argentino (es la primer producción nacional con vampiros), sino que me atrevería a decir que es toda una rareza a nivel mundial. Vamos por partes...



Empecemos con su argumento; al principio asistimos a algo muy parecido a una telenovela mexicana situada en el Siglo XIX, Ofelia (Susana “pechuga” Beltrán) y Gustavo (Walter Kliche – el apellido es toda una revelación-) se aman, se declaran su amor en medio de un bosque lleno de humo, pero saben que su amor es imposible, la familia de Ofelia no acepta ese amor porque Gustavo es de origen desconocido (y posiblemente pobre y plebeyo), por lo que la obligan a casarse con Eduardo, el primo de la tetona (o sea, un desconocido no, pero relaciones intrafamiliares sí). El casamiento se lleva a cabo, y ya en la Iglesia vemos a Gustavo que se refleja sobre un vidrio y mira todo con cara de enojado; en la noche de bodas, en pleno acto de Eduardo masajeándole las tetas a Ofelia, Gustavo de hace presente, estaquea a Eduardo (¿?) y se revela como un vampiro que muerde a Ofelia condenándola a un calvario eterno, pero juntitos, eso sí.
Pasamos a los locos años sesenta, a puro ritmo beat, una festichola se lleva a cabo en Bariloche, esquían, bailan, juguetean, van a una boîte, y cuando todo termina tres chicos y tres chicas (entre los que contamos a Rolo Puente, Gloria Prat, Ricardo Bauleo, y Graciela Mancuso) se suben a un auto con la mala suerte de averiárseles en medio del bosque (que todavía conserva el humo de un incendio eterno ¿?). De inmediato se les acerca un hombre que les ofrece ir a la mansión de los Morano Gutierrez (la parentela de Ofelia, obviamente), pero les advierte que el lugar está plagado de espíritus y fantasmas... lo que da lugar a una de las frases más boludas de la historia del cine: una de las chicas en vez de asustarse con la maldición se tienta “¡Uy, fantasmas!, ¡Nunca vi uno! ¡¡Vamos!!”.
Lo que sigue es bastante lógico, al llegar a la mansión, Gustavo y Ofelia se van a hacer presentes, los muchachos van a tener unos sueños eróticos con la vampiresa que les revelará que vive un sufrimiento sin fin y que por eso tiene que ponerse en pelotas y tener sexo sin ningún sentido; y las chicas van a ir desapareciendo de a una en una por los bosques cercanos (no sin antes mostrar las tetas, por lo menos). Los muchachos van  a ir en busca de las desaparecidas, Ofelia va a confundir a Rolo con su primo (ahora amado), van a intentar culminar con la maldición de Gustavo; todo todo al ritmo de una opereta telenovelesca y música estilo Club del Clan.

Quien está detrás de esta obra psicodélica no es otro que Emilio Vieyra, un director que nunca logró el reconocimiento que de seguro se merecería. Determinados asuntos políticos que lo ligaron a la dictadura (además de realizar algunas películas pro-milicos), opacaron el mérito de ser el precursor del cine de género de bajo presupuesto en Argentina, y con resultados bastante mejores, o por lo menos más entretenidos, de mucho de lo que se hace hoy día sobre el mismo asunto. Vieyra filmaba con ambiciones de vender sus “productos” a toda Latinoamérica (a esta se la conoce internacionalmente como Pacto Sangriento), hasta llegó a filmar una película hablado en inglés, Extraña Invasión (1965), realmente muy lograda y con buena aceptación en EE.UU.

En esta ocasión podríamos decir que Vieyra hace lo que puede. Los recursos actorales no abundan, más bien todo lo contrario, y son forzados a pronunciar diálogos increíbles pero que de tan incoherentes terminan por ser realmente graciosos y “tapan” las malas actuaciones, casi como si estuviéramos viendo un corto de Todo X $2.
En la utilería y FX también se nota una labor de esfuerzo al contar las monedas. La sangre abunda bastante, pero es de un color casi negro, los juegos de cámaras están puestos estratégicamente para no tener que mostrar mucho más de lo necesario (en cuanto a efectos, minas en bolas hay a rolete y sin censura), y la fotografía es bastante ciudada con colores fuertes y llamativos, marcando el tono beat de la época.
Un dato muy llamativo es el recurso utilizado para filmar a los vampiros transformados en murciélagos. En vez de utilizar, bichitos de papel y que se les note el hilo, Vieyra prefirió utilizar hasta el cansancio una toma del vuelo de unas gaviotas, pero con filtro rojo (¿¿¿¿¿¿?????); por lo tanto, Ofelia y Gustavo no se transforman en ratas aladas sino en gaviotas pero con un cielo rojo, solo en esa toma, en ese momento, en ese preciso lugar, porque después todos los lugares (e incluso lo que sería el mismo lugar en la misma escena, en el mismo momento) se ven con el cielo natural ¿Se entiende?, la verdad que no mucho, pero el truco es divertido.

Si dijera que Sangre de Vírgenes es una buena película, sinceramente estaría mintiendo, está llena de incoherencias, baches, parches por todos lados, y malas actuaciones (además de un argumento bastante tonto); pero sí es verdad que es muy llevadera, entretenida, y si no se la mira como una obra de terror seria (que nunca intenta serlo), es mucho más que pasable. Lo mejor que tiene es su autoconciencia de obra bizarra, de película menor, casi de complemento, y a partir de ahí hace lo suyo y uno tiene que aceptar esas reglas. Después de todo, muchas películas más importantes tienen resultados mucho más mediocres o aburridos, por lo menos acá, el entretenimiento está asegurado.


La secuencia de títulos con esos dibujitos rarísimos ya es un tema aparte: 


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