Imagínense
una mezcla de La discoteca del amor, Drácula, cualquier película
de terror con un grupo de adolescentes perdidos en una ruta... y una de la saga
de Emmanuelle; Bueno, eso es Sangre de Vírgenes (1968), LA película
que le da sentido al cine de género nacional.
La pregunta
sería si un film de culto, y que además tuvo bastante éxito de taquilla en su
momento de estreno (no de crítica, por supuesto), puede ser considerada igual
una “rareza” en la filmografía de su país. Bueno, déjenme decirles que Sangre...
no es solo una rareza para el cine argentino (es la primer producción nacional
con vampiros), sino que me atrevería a decir que es toda una rareza a nivel
mundial. Vamos por partes...
Empecemos
con su argumento; al principio asistimos a algo muy parecido a una telenovela
mexicana situada en el Siglo XIX, Ofelia (Susana “pechuga” Beltrán) y Gustavo
(Walter Kliche – el apellido es toda una revelación-) se aman, se declaran su
amor en medio de un bosque lleno de humo, pero saben que su amor es imposible,
la familia de Ofelia no acepta ese amor porque Gustavo es de origen desconocido
(y posiblemente pobre y plebeyo), por lo que la obligan a casarse con Eduardo,
el primo de la tetona (o sea, un desconocido no, pero relaciones
intrafamiliares sí). El casamiento se lleva a cabo, y ya en la Iglesia vemos a
Gustavo que se refleja sobre un vidrio y mira todo con cara de enojado; en la
noche de bodas, en pleno acto de Eduardo masajeándole las tetas a Ofelia,
Gustavo de hace presente, estaquea a Eduardo (¿?) y se revela como un vampiro
que muerde a Ofelia condenándola a un calvario eterno, pero juntitos, eso sí.
Pasamos a
los locos años sesenta, a puro ritmo beat, una festichola se lleva a cabo en
Bariloche, esquían, bailan, juguetean, van a una boîte, y cuando todo termina
tres chicos y tres chicas (entre los que contamos a Rolo Puente, Gloria Prat,
Ricardo Bauleo, y Graciela Mancuso) se suben a un auto con la mala suerte de
averiárseles en medio del bosque (que todavía conserva el humo de un incendio
eterno ¿?). De inmediato se les acerca un hombre que les ofrece ir a la mansión
de los Morano Gutierrez (la parentela de Ofelia, obviamente), pero les advierte
que el lugar está plagado de espíritus y fantasmas... lo que da lugar a una de
las frases más boludas de la historia del cine: una de las chicas en vez de
asustarse con la maldición se tienta “¡Uy, fantasmas!, ¡Nunca vi uno!
¡¡Vamos!!”.
Lo que
sigue es bastante lógico, al llegar a la mansión, Gustavo y Ofelia se van a hacer
presentes, los muchachos van a tener unos sueños eróticos con la vampiresa que
les revelará que vive un sufrimiento sin fin y que por eso tiene que ponerse en
pelotas y tener sexo sin ningún sentido; y las chicas van a ir desapareciendo
de a una en una por los bosques cercanos (no sin antes mostrar las tetas, por
lo menos). Los muchachos van a ir en
busca de las desaparecidas, Ofelia va a confundir a Rolo con su primo (ahora
amado), van a intentar culminar con la maldición de Gustavo; todo todo al ritmo
de una opereta telenovelesca y música estilo Club del Clan.
Quien está
detrás de esta obra psicodélica no es otro que Emilio Vieyra, un director que
nunca logró el reconocimiento que de seguro se merecería. Determinados asuntos
políticos que lo ligaron a la dictadura (además de realizar algunas películas
pro-milicos), opacaron el mérito de ser el precursor del cine de género de bajo
presupuesto en Argentina, y con resultados bastante mejores, o por lo menos más
entretenidos, de mucho de lo que se hace hoy día sobre el mismo asunto. Vieyra
filmaba con ambiciones de vender sus “productos” a toda Latinoamérica (a esta
se la conoce internacionalmente como Pacto Sangriento), hasta llegó a
filmar una película hablado en inglés, Extraña Invasión (1965),
realmente muy lograda y con buena aceptación en EE.UU.
En esta
ocasión podríamos decir que Vieyra hace lo que puede. Los recursos actorales no
abundan, más bien todo lo contrario, y son forzados a pronunciar diálogos
increíbles pero que de tan incoherentes terminan por ser realmente graciosos y
“tapan” las malas actuaciones, casi como si estuviéramos viendo un corto de Todo
X $2.
En la
utilería y FX también se nota una labor de esfuerzo al contar las monedas. La
sangre abunda bastante, pero es de un color casi negro, los juegos de cámaras
están puestos estratégicamente para no tener que mostrar mucho más de lo
necesario (en cuanto a efectos, minas en bolas hay a rolete y sin censura), y
la fotografía es bastante ciudada con colores fuertes y llamativos, marcando el
tono beat de la época.
Un dato muy
llamativo es el recurso utilizado para filmar a los vampiros transformados en
murciélagos. En vez de utilizar, bichitos de papel y que se les note el hilo,
Vieyra prefirió utilizar hasta el cansancio una toma del vuelo de unas
gaviotas, pero con filtro rojo (¿¿¿¿¿¿?????); por lo tanto, Ofelia y Gustavo no
se transforman en ratas aladas sino en gaviotas pero con un cielo rojo, solo en
esa toma, en ese momento, en ese preciso lugar, porque después todos los
lugares (e incluso lo que sería el mismo lugar en la misma escena, en el mismo
momento) se ven con el cielo natural ¿Se entiende?, la verdad que no mucho,
pero el truco es divertido.
La secuencia de títulos con esos dibujitos rarísimos ya es un tema aparte:
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